Por Raúl Gorrín.- De sus labios nunca se escucha un
comentario positivo, una buena referencia de algo o de alguien, para ellos todo
es caótico, inservible y está al borde del colapso, ellos son esos compañeros
negativos, casi tóxicos que nunca faltan en los centros de trabajo.
En lo que sí son expertos es en absorber la energía de
quienes se encuentren a su alrededor.
Son malhumorados y cualquier reunión, máxime una tormenta de
ideas, termina convertido en un aquelarre que de todo tiene menos de creativo.
Y es que las emociones son contagiosas, sean estas positivas
o negativas.
Y es que, definitivamente, en las organizaciones debe
imperar el afecto, las buenas vibras para que todo funcione como debe ser. De
lo contrario, lo que sobreviene es el caos.
No son habladurías, está comprobado, el estado de ánimo, las
emociones y el temperamento de los trabajadores tienen efectos que se reflejan
directamente en los resultados laborales, en la toma de decisiones, así como en
la creatividad, los índices de rotación, el trabajo en equipo, las
negociaciones y el liderazgo.
A los centros de trabajo arriban los trabajadores con toda
su carga emocional y en virtud de que no se trata de seres aislados, sino que
conviven con el resto de empleados y directivos, las cargas emocionales se
transmiten ocasionando un resultado que puede ser catastrófico, dependiendo de
cuál sea la magnitud de las emociones negativas que estos sientan.
Por tanto, la gestión de las emociones es vital dentro de
las empresas o emprendimientos, por cuanto según sea su naturaleza, se pueden
ver afectados factores fundamentales como la productividad y la rentabilidad.
Los trabajadores se convierten dentro de las organizaciones
en conductores emocionales que es preciso manejar y controlar muy bien.
Los expertos consideran tres tipos diferentes de
sentimientos, a saber, las emociones puntuales de corto plazo, que son la
alegría, la ira, el miedo y la indignación; los estados de humor, en donde
ubicamos los sentimientos más perdurables y que no necesariamente se relacionan
con una causa particular, como el buen o mal humor; y los rasgos de la
personalidad, que son los que definen el carácter de las personas y su enfoque
ante las circunstancias de la vida.
Estos tres tipos de sentimientos son contagiosos e impactan
en los demás, así sean de baja intensidad. Además, independientemente del
control emocional que tengan las personas, esto no limita que el resto las
pueda percibir, sobre todo a través de la gestualidad.
De allí la importancia de la inteligencia emocional y el
énfasis que ahora se hace en las empresas por contratar personal con altos
índices de esta.
La inteligencia emocional en el lugar de trabajo se
convierte en una habilidad mediante la cual los trabajadores consideran a las
emociones como importantes y valiosos datos para resolver determinada situación
que se presente.
Las investigaciones arrojan que los trabajadores
considerados como personas positivas tienen mejores resultados en el lugar de
trabajo, pues procesan de manera más eficiente y apropiada la información y las
situaciones.
Los trabajadores y directores puede que no puedan cambiar a
las personas, pero si pueden actuar para evitar que su comportamiento y
emocionalidad los afecte.
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